sábado, 8 de abril de 2017

EL ROCKERO INVENCIBLE


El “coroco” nació escuchando rock and roll. Su mamá era fanática de Elvis y de Bill Haley y sus cometas. Y como poseía una destreza musical considerable su apego y vicio por la guitarra no se hicieron esperar. Siguiendo su natural indocilidad adolescente quería experimentar algo más potente, y fue más allá. Formó la banda de rock pesado “Mausoleo” en las que interpretaba éxitos extranjeros y algunos propios. En la ciudad los metaleros duros formaban una comunidad, una congregación o una secta, como dirían otros. Como terminó la secundaria en un politécnico como técnico contable trabajaba en una empresa privada de día, encubriendo sus tatuajes. De noche el “coroco” era un guitarrista aplaudido y apreciado y se juramentó con otros ser metaleros hasta el fin, ser consecuentes siempre. El metal se lleva por dentro. El sentimiento era poderoso y profundo. No ganaba casi nada de dinero porque el público metalero leal y disciplinado era poco en la ciudad y la recaudación penosa, escueta. Ahí conoció a Piedad, que llegó por curiosidad a escuchar a los metaleros y le llamó la atención el vehemente guitarrista de “Mausoleo”. El amor y los besos fueron rápidos, y sinceros. Cuando ella quedó embarazada armaron una pieza especial en la casa del rockero de clase media. No se casaron porque el amor y el niño no necesitan papeleos. Una vez ella fue a comprar al centro e ingresó inesperadamente a la casa el baterista del grupo que elevó el volumen de la radio metalera y el bebé se despertó llorando. No era la primera vez que ocurría. Otra vez Piedad regañaba al “coroco” y le suplicaba que abandonara ese ensordecedor y endemoniado estilo. Le rogaba que conformara una banda de cumbia o salsa y que trabajara en un local nocturno por una remuneración que les ayudara realmente. La salsa, el merengue y la cumbia tenían muchísimos clientes y aficionados adultos con billetes en el bolsillo. El dinero y el talento se atraen. Para ella que un guitarrista de treinta años insista en un estilo que empobrece y que le revienta los oídos a cualquiera era ya inaguantable. Piedad le seguía implorando y en más de una oportunidad pensó en abandonarlo mas amaba a su guitarrista y administrativo de bajo perfil. No estudiaba más porque su pasión lo absorbía. Pasaron los trienios y todo continuó igual. La existencia de la familia fue plana. No había un futuro para ella o para su hijo y había en el hogar un músico capaz que no agachaba su cabeza ante el dinero o ritmos bailables que insultaban sus hondos principios rockeros. La música popular transaba, se vendía. Ser de una sola línea, enfrentando los duros momentos de la vida, siempre es difícil. Un día, cuando el “coroco” cumplió cincuenta años de edad fue premiado públicamente por la comunidad metalera por su gran aporte al rock pesado de la ciudad. Más de treinta años junto a “Mausoleo” levantando las banderas de la rebeldía le dieron cierto prestigio y reconocimiento. El “coroco” nunca se prostituyó. Era como un monje del rock. El “coroco”, emocionado, prometió seguir siendo consecuente y coherente con la controvertida música pesada hasta el último día, sin importar las peripecias, las privaciones o las desgarradoras críticas. Piedad, que no quería saber nada de la premiación, se enfadó una vez más y una vez más de nada sirvió. Dicen que el “coroco” murió con una guitarra negra en las manos. A pesar de que perdió parte de su capacidad auditiva, fue fiel a su pasión. Son pocos los hombres consecuentes.















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